ROSINA ES FRÁGIL*
POR
GREGORIO MARTÍNEZ SIERRA
COMEDIA EN UN ACTO
Estrenada en el Teatro Eslava de Madrid el día 8 de Abril de 1918
PERSONAJES
ROSINA (19 años)
DOÑA MARTA (45 íd.,1 su madre)
TERESITA (20 íd.)
ANTONIO (30 íd.)
DON LUIS (50 íd., padre de Rosina)
ENRIQUE (22 íd.)
SERAFINITO (20 íd.)
ROSINA ES FRÁGIL
ACTO ÚNICO
Huerto-jardín muy cuidado y florido. Mañana de Mayo. Luz alegre. A la izquierda, entrada de la casa, cuidada, limpia y señoril, pero antigua. Al fondo, seto vivo muy alto, que separa el huerto de otro jardín vecino. A la derecha se supone que continúa el huerto y que está la entrada de la carretera.
Al levantarse el telón1están en escena ROSINA y ANTONIO, su tío.2 ROSINA tiene diez y nueve años. ANTONIO treinta. ROSINA viste con buen gusto y coquetería un traje claro y muy sencillo de batista clara, como para estar en su casa y en el campo. ANTONIO con cierto descuido de hombre estudioso y distraído. ANTONIO está sentado a una mesita sobre la cual hay libros y papeles, en los cuales estudia y toma notas. La mesita y el cómodo sillón de junco en que trabaja están puestos del lado de la casa, a la sombra de los árboles. ROSINA está al extremo opuesto, casi al fondo, balanceándose en una mecedora, al parecer muy preocupada. Junto a ella, abandonado, hay un cestillo de labor abierto: la labor anda3por el suelo. En una sillita que hay junto a la mesa en que escribe ANTONIO hay una bandeja en la que están servidos y sin tocar una jícara de chocolate, unas rebanadas de pan tostado y un vaso de agua de naranja con azucarillo.4
Al levantarse el telón, ANTONIO escribe, ROSINA se mece y del jardín del fondo viene agudo y molesto el sonido de un acordeón que toca una melodía ultra-romántica. ROSINAsaca una carta del bolsillo, la lee a escondidas, suspira y la vuelve a guardar,1muy preocupada, mirando de reojo a su tío.
ANTONIO
(Distraído de su trabajo por el acordeón, que le molesta borrorosamente, levanta la cabeza, suspira e2intenta volver a trabajar, pero no puede; se tapa los oídos, hace luego un gesto de resignación . . . intenta volver al trabajo . . . pero como el acordeón sigue sonando, se desespera y dice, mirando con expresión casi homicida al seto vivo:)
¡Pero ese acordeón!
ROSINA
(Con acento lamentable.) ¡Es Serafinito!
ANTONIO
Ya, ya . . . es Serafinito . . . ¡Dios le bendiga!
ROSINA
(Muy compasiva.) ¡Pobre muchacho!
ANTONIO
¡Es tonto de la cabeza!
ROSINA
No. (Muy convencida.) Es que3 está enamorado. (El acordeón deja de tocar un momento. ANTONIO con aire de gran satisfacción vuelve a su trabajo. ROSINA se mece, vuelve a sacar la carta, vuelve a leerla, vuelve a guardársela4y pasado un instante suspira profundamente.) ¡Ay! (ANTONIO, ocupado en su trabajo, no repara o no quiere reparar en el suspiro. ROSINA le repite.) ¡¡Ay!! (ANTONIO sigue sin oír o sin querer oír. ROSINA, después de mecerse otropoco, vuelve a suspirar con mayor intensidad y expresión.) ¡¡¡Ay!!!
ANTONIO
(Decidiéndose a reparar en los suspiros.) ¿Qué te pasa?
ROSINA
(Muy interesante.) Nada.
ANTONIO
Entonces ¿por qué suspiras?
ROSINA
No sé . . . será1 la música que le pone a uno así . . .
ANTONIO
¿La música? . . . ¿Qué música? . . . ¡Ah, vamos! (Rompe a sonar el acordeón otra vez, preludiando suavemente.) ¿A eso le llamas música?
ROSINA
Es mala . . . pero es sentimental.
ANTONIO
(Mirándola con asombro.) ¿Sentimental? . . . ¿Es que también tú estás enamorada?
ROSINA
(Sinceramente.) ¿Yo? Dios me libre . . .
ANTONIO
Amén. (Vuelve a enfrascarse en su trabajo. El acordeón se entusiasma en líricos gorjeos y atruena el jardín. ANTONIO se desespera con paciencia de sabio y tira las cuartillassobre la mesa.) ¡Todo sea por Dios! ¡Y para esto busca uno la quietud del campo!
ROSINA
(Levantándose y gritando.) ¡Serafinito! ¡Serafinito! Tenga usted la bondad de callarse, que mi tío está trabajando y le molesta el ruido.
LA VOZ EMOCIONADA DE SERAFINITO
(Hablando desde el otro lado del seto vivo.) ¡Rosina! ¿Es usted?
ROSINA
¡Sí, soy yo!1
LA VOZ DE SERAFINITO
(Cada vez más emocionada.) ¿Estaba usted ahí?
ROSINA
¡Sí, estaba aquí!
LA VOZ DE SERAFINITO
(En éxtasis.) ¿Me ha oído usted?
ROSINA
¡Sí, le he oído a usted!
ANTONIO
(Feroz.) ¡Sí, te hemos oído!
LA VOZ DE SERAFINITO
¡Qué bonita está usted hoy, Rosina! ¡Qué superlativamente bonita!
ROSINA
(Muy contenta.) ¿Ay, sí? ¿En qué lo ha conocido usted?
LA VOZ DE SERAFINITO
¡En la voz!
ROSINA
(Muy halagada.) ¿En la voz?
LA VOZ DE SERAFINITO
¡En la voz! A juzgar por el tono dulcísimo con que ha pronunciado usted mi nombre, es seguro que tiene usted la cara más bonita que nunca.1
ROSINA
(Muy satisfecha.) ¡Ja, ja, ja! ¡Tiene gracia! (ANTONIO, sin hablar palabra, recoge los papeles y se levanta.)
ROSINA
(Alarmadísima.) ¿Dónde vas?
ANTONIO
(Enfadado.) ¡A la cueva, a ver si allí puedo trabajar en silencio!
ROSINA
¡Pero si ya no toca!2 ¿No ves que le digo que se calle para que no te estorbe?
ANTONIO
Pero como para decírselo estás gastando un carro de conversación . . .
ROSINA
(Muy contrita.) Es verdad.
LA VOZ DE SERAFINITO
¡Rosina! ¡Rosina!
ROSINA
(Sentándose en la mecedora y hablando en voz baja a ANTONIO.) Anda, trabaja, que no le contesto. (ANTONIO vuelve a sentarse.)
LA VOZ DE SERAFINITO
¡Rosina! . . . ¡Rosina! . . . ¡Respóndame usted . . . no sea usted cruel! ¡Rosina! ¿Se ha marchado usted? (En vista de que definitivamente no le responden, SERAFINITO da un gran suspiro) ¡¡¡Ay!!! (y se calla.)
(ANTONIO trabaja, ROSINA se mece, vuelve a sacar la carta, vuelve a leerla, vuelve a guardarla, vuelve a suspirar, y vuelve a su aspecto preocupado del principio. Mira a ANTONIO, se mece y habla consigo misma.1)
ROSINA
¡Ay! ¡Con qué calma trabaja! . . . ¡Claro! Como que no sabe lo que me pasa . . . y aunque lo supiera, ¿a él qué le importa?2 El caso es que tengo que decírselo, porque si él no me saca del apuro, ¿quién me va a sacar? . . . Pero el caso es que me da muchísima vergüenza, porque me va a decir que tengo yo la culpa como siempre . . . ¡y tendrá razón! ¿Se lo digo?3 ¡Sí! (Hace ademán de levantarse de la mecedora para acercarse a ANTONIO, pero se vuelve a sentar.4) ¡No, no se lo digo! (Volviendo a levantarse.) ¡Sí, sí se lo digo! (Volviendo a sentarse.) ¡No, no! (Volviendo a levantarse.) ¡Sí, sí! . . . (Volviendo a sentarse.) ¡No! (Volviendo a levantarse.) ¡Sí! (Acercándose a él5como quien se tira al agua.) ¡Tío!
ANTONIO
(Levantando la cabeza, muy sorprendido ante su aire trágico.) ¿Sobrina?
ROSINA
(Empieza a hablar con temor.) Tengo que decirte . . . ¡Ay, mi padre! (Se interrumpe, porque, saliendo de la casa, se presenta en el jardín DON LUIS, seguido de DOÑA MARTA. DON LUIS viene en traje sencillo como para andar por el campo, con gran jipijapa y quitasol. DOÑA MARTA sencillamente vestida con traje de casa ligero, pero bien arreglada.)
DOÑA MARTA
¡A ver si tardas un siglo en volver!1
DON LUIS
(Con paciencia socarrona.) Mujer, ¿por qué supones que he de tardar2 un siglo?
DOÑA MARTA
¡Ay! ¡porque te conozco! (Él hace un gesto de resignación.) Llegarás cuando, hartos de esperarte, nos hayamos sentado a la mesa, comerás la sopa fría, nos harás comer a nosotros los garbanzos recalentados . . .
DON LUIS
No, mujer, descuida: voy al huerto, cobro la renta, me la guardo en la carterita, tomo la vuelta por la carretera a paso gimnástico y estoy3 a tus pies antes de las doce.
DOÑA MARTA
¡Dios lo haga!4 ¡A ver5 si le perdonas al casero la mitad de la renta!
DON LUIS
Martita, por el amor de Dios, ¿por qué le voy a perdonar al casero la mitad de la renta?
DOÑA MARTA
Porque la lagartona de la casera te contará un sin fin de lástimas, como de costumbre, y tú te dejarás conmover.1 ¡Te conozco!
DON LUIS
No, mujer, descuida . . . ¿Cuatrocientas pesetas? Cuatrocientas pesetas justas y cabales, menos los diez céntimos para el timbre móvil, tendrás en tu poder dentro de hora y media.
DOÑA MARTA
¡Ay! ¡Sí! . . . si al volver no te da la ocurrencia de entrar en el casino y acercarte a la mesa de juego . . .
DON LUIS
¡Marta, me ofendes!
DOÑA MARTA
¡Es que te conozco!
DON LUIS
¡No me conoces!
DOÑA MARTA
¡Sí que te conozco!2
DON LUIS
No me conoces. (Muy dolido.) ¡Y parece mentira con veinticinco años que llevamos de matrimonio! (Con energía.) No me conoces, porque si me conocieras no me lanzarías al camino del mal con tus palabras imprudentes.
DOÑA MARTA
(Espantada.) ¿Yo?
DON LUIS
¡Sí, señora! Tú, que me sugestionas, sugiriéndome ideas que estaban en este preciso momento a cien mil leguas de mi imaginación . . . Volverás tarde . . . perdonarás la mitad de la renta, te jugarás la otra mitad en el casino . . . No pensaba hacerlo, ¿lo oyes?, estaba decidido a no hacerlo . . . pero ahora no respondo de mí . . . Tú estás segura de que lo haré . . . pues puede que lo haga; sí, puede que lo haga, porque te confieso que la obligación de volver a mi casa a hora fija me carga; que la posibilidad de ser generoso con una mujer joven y no fea, me emociona; que la perspectiva de arriesgar sobre el tapete verde doscientas pesetas me fascina . . . ¡Flaquezas humanas! que yo dominaría si supiera que hay alguien en el mundo que me cree capaz de dominarlas;1 pero cuando mi esposa, mi mujer propia, da por sentado, después de conocerme como me conoce, que voy a sucumbir desde luego, ¿a qué tomarme trabajos inútiles? ¡Sucumbiré, sucumbiré! ¡Y tú tendrás la culpa! La mujer fuerte ha de ser la conciencia del hombre flaco, su apoyo, su ángel bueno, ¡y tú eres mi demonio tentador! Buenos días. (Va muy decidido hacia la puerta.)
ROSINA
(Interponiéndose en su camino.) ¿Dónde vas, papaíto?
DON LUIS
¡A sucumbir . . ., hija, a darle la razón a tu madre,2 a encenagarme en el tapete verde y a no volver a casa en una semana! (Sale majestuosamente.)
DOÑA MARTA
(Suspirando.) ¡Válgame Dios!
ANTONIO
Mujer, ¿a qué le dices eso, si sabes que no te ha de servir más que para excitarle?
DOÑA MARTA
Porque, cuando le dejo marchar sin decirle nada, dice que no me importa que se pierda o que se salve, que hace las tonterías por inadvertencia, y que si antes de salir de casa le recordase los peligros que corre, no sucumbiría a la tentación. ¡Ay, Dios, qué purgatorio son veinticinco años de matrimonio con un hombre tan frágil de voluntad! (Levantándose de repente.) ¿No te has desayunado todavía?
ANTONIO
(Distraído.) ¿Desayunado? Sí . . . es decir, creo . . . es decir, me parece . . . ¡no me acuerdo!
DOÑA MARTA
¡No te acuerdas! Ahí tienes todavía el chocolate . . ., le traje1 a las nueve menos cuarto y van a dar las diez.2 ¡Válgame Dios! ¡Siempre lo mismo!
ANTONIO
¡Mujer, no te angusties así! (Coge el tintero y se lo quiere beber.)
DOÑA MARTA
(Arrebatándole el tintero.) ¡Es que luego te dolerá la cabeza!
ANTONIO
Y tú me traerás una tacita de café para que se me pase el dolor.
DOÑA MARTA
¡Y se te olvidará tomarla, como si lo viera!
ANTONIO
No se me olvidará, porque te encargarás tú de recordármelo . . . ¡Madrina mía, tú eres la memoria de este pobre estudiante desmemoriado!
DOÑA MARTA
Memoria de uno, conciencia de otro . . . ¡Válgame Dios! Esto de que a los hombres siempre les haya de faltar por dentro algún tornillo1 . . . (Coge la bandeja con el chocolate y se dispone a volver a la casa.)
ROSINA
(Mientras hablan su madre y su tío ha sacado la cartita del bolsillo del delantal, la lee en voz baja y suspira.) ¡Ay!
DOÑA MARTA
(Volviéndose a mirarla.) ¿Qué haces tú?
ROSINA
(Cogiendo precipitadamente la labor.) Bordar las servilletas.
DOÑA MARTA
¿No las has terminado?
ROSINA
No.
DOÑA MARTA
Te habrás estado de conversación con el estúpido de Serafinito.
ROSINA
¿Yo con Serafinito de conversación? No tengo tan mal gusto.
DOÑA MARTA
Creí.1 Como he oído su acordeón famoso . . .
ROSINA
¿Su acordeón . . . ? ¿Ha tocado el acordeón Serafinito? No he reparado . . . (ANTONIO tose con aire de reprobación.) es decir, me parece que sí . . . no me acordaba . . .
DOÑA MARTA
Bueno; recoge esa labor, ¡ay, qué desorden! y entra a ayudarme un poco, que está ahí la costurera, y si por atenderla dejo a la doncella campar por sus respetos, al limpiar el salón va a hacer una catástrofe con las porcelanas.
ROSINA
Ahora no puedo.
DOÑA MARTA
¿Por qué?
ROSINA
Porque me ha dicho el tío que me quede aquí.
ANTONIO
(Sorprendido.) ¿Yo?
ROSINA
(Muy de prisa y muy bajo.) Di que sí, di que sí. (A su madre.) Para ayudarle a ordenar unas notas.
DOÑA MARTA
Ordenar . . . ¿él y tú? ¡Bueno estará el orden! (Recoge con resignación la labor de ROSINA que anda desparramada por el suelo y los papeles de ANTONIO que se han caído de la mesa, coge después la bandeja del chocolate y se vuelve a la casa, diciendo.) ¡Ay, qué casa ésta! Sube en cuanto termines.
ANTONIO
(En cuanto DOÑA MARTA ha desaparecido.) ¡ROSINA!
ROSINA
(Naturalísimamente.) Tío.
ANTONIO
(Severamente, levantando tres dedos.) ¡Tres!
ROSINA
¿Cómo tres?
ANTONIO
¡Tres mentiras en medio minuto!
ROSINA
(Muy ofendida.) ¿Mentiras? ¿Cuáles?
ANTONIO
Primera: no has estado de conversación con Serafinito. Segunda: no has oído el acordeón. Tercera: yo te he dicho . . .
ROSINA
(Interrumpiéndole.) ¡Claro! ¡Contando así!
ANTONIO
Pues, ¿cómo cuentas tú?
ROSINA
Primera: no es mentira, porque decir a una persona que se calle porque molesta con la música, no es conversación. Segunda: no es mentira, porque aunque primero he dicho que no he oído el acordeón, en cuanto tú has tosido he dicho que sí. Y tercera: tampoco es mentira . . . porque . . . porque es necesidad.
ANTONIO
¿Cómo necesidad?
ROSINA
Grandísima y gravísima . . . Necesitaba quedarme contigo, porque tengo que pedirte un favor.
ANTONIO
¿A mí?
ROSINA
¡Un favor tremendo!
ANTONIO
¿Y por qué no me le has pedido en hora y media que llevamos solos?
ROSINA
¡Porque me da muchísima vergüenza!
ANTONIO
¿Vergüenza? Me asustas . . . ¡Habla!
ROSINA
No me atrevo.
ANTONIO
(Acercándose a ella.) ¡Habla de una vez!
ROSINA
(Bajando la cabeza y sacando la carta del bolsillo.) ¡Toma y lee!1
ANTONIO
(Lee alto.) «¡Vida mía! ¡Gracias otra vez; gracias, gracias, gracias! ¡No puedo acostumbrarme a mi dicha! Me has hecho el más feliz de los mortales. A las once en punto iré a decirte una vez más lo escandalosamente que te quiere tu Carlos.» ¿Quién es este Carlos?
ROSINA
Un imbécil.
ANTONIO
(Con espanto.) ¡A quien has hecho ¡¡tú!! el más feliz de los mortales!2
ROSINA
(Llorando.) ¡No lo he podido remediar!
ANTONIO
(Desconcertado.) Pero entendámonos . . . Se me va la cabeza . . . Esto es . . . incalificable . . . Vamos a ver . . . vamos a ver . . . ¿En qué consiste la felicidad de este . . . imbécil? Responde la verdad.
ROSINA
(Compungidísima.) ¿En qué va a consistir?
ANTONIO
(Desesperado.) ¿En qué consiste?
ROSINA
Pues . . . en que me quiere . . .
ANTONIO
¡Eso me lo figuro! ¿Y en qué más . . .?
ROSINA
En que ayer por la noche . . .
ANTONIO
¡Por la noche!
ROSINA
Me declaró su . . . amor . . . y yo . . .
ANTONIO
Sí; ¿y tú . . .?
ROSINA
Pues yo . . . naturalmente . . .
ANTONIO
(Levantando los brazos al cielo.) ¡¡Naturalmente!!
ROSINA
Le dije que sí. (Se echa a llorar desconsolada.) ¡Ay, ay, ay!
ANTONIO
¿Y qué más?
ROSINA
(Levantando los ojos y mirándole con candor.) ¡Nada más!
ANTONIO
(Incrédulo.) ¿Nada más?
ROSINA
(Sinceramente afligida.) ¿Te parece poco?
ANTONIO
Si es verdad que no hay más . . .
ROSINA
(Ofendidísima.) ¡Cómo que si es verdad!1
ANTONIO
(Sin interrumpirse.) . . . No me parece ninguna catástrofe . . . Un hombre te quiere, te lo dice . . . tú le quieres a él . . .
ROSINA
(Llorando a lágrima viva.) ¡Es que no le quiero!
ANTONIO
¿Cómo?
ROSINA
¿No te he dicho que es un imbécil? Y además es muy presumido . . . y además no me gusta . . . y además a él le gustan todas . . .
ANTONIO
Pero, entonces . . . ¿por qué . . .?
ROSINA
Pues verás . . . Fué ayer, cuando vinieron a buscarme Juanita y Teresita, las del boticario,2 para que diésemos una vuelta por la carretera . . . como todas las noches . . . él es primo de ellas y ha venido a pasar unos días . . . de huésped . . . y ellas tienen su novio cada una, y claro, iban con ellos entusiasmadísimas,1 sobre todo Teresita con su Enrique, y él se quedó de non y yo también, y hacía una luna . . . ¿Te acuerdas qué luna hacía anoche?
ANTONIO
Sí . . .
ROSINA
Bueno, pues íbamos paseando . . . y olían tan bien las magnolias de todos los jardines de la carretera . . . y Serafinito, que no sale de noche, porque, como ha perdido el curso, su padre no le deja, estaba tocando en el acordeón un vals tan precioso, que cuando me lo dijo . . . (Echándose a llorar.) ¡Ya ves qué tragedia! Si tú no me salvas, ¿qué va a ser de mí?
ANTONIO
¿Yo?
ROSINA
¡Tú! ¿Qué hora es?
ANTONIO
(Sacando el reloj.) Las diez y treinta y cinco.
ROSINA
Pues a las once viene . . . viene de seguro . . .
ANTONIO
Bien; ¿y qué?
ROSINA
Pues nada, que tú sales ahora mismo a esperarle a la carretera, y antes de que llegue, le paras . . . ¡y le dices2 que no!
ANTONIO
(Espantado.) ¡¡Eh!!
ROSINA
Sí, sí, de mi parte . . . o de la tuya . . . que no, que es imposible, que ayer me equivoqué, que él me entendió mal, que tengo otro novio . . .
ANTONIO
¿Que tienes otro novio?1
ROSINA
¡No le tengo,2 no! Pero es una disculpa como otra cualquiera . . .
ANTONIO
¡Sí; y una mentira como otra cualquiera!
ROSINA
Pues inventa otra cosa . . . Dile la verdad.
ANTONIO
(Con mal humor, dando media vuelta.) ¡Yo no le digo nada!
ROSINA
(Con sorpresa.) ¿No quieres? . . . (Lamentablemente al ver que él responde que no con la cabeza.) ¿No quieres? . . . (Él vuelve a negar con el gesto. Trágicamente.) ¡¡¡No quieres!!!
ANTONIO
(Con mal bumor.) Pero, hija, ¿en qué cabeza cabe que le voy yo a ir a un hombre con semejante comisión? (Ella lemira con unos ojos tan tristes que casi le hacen vacilar.) En primer lugar, no le conozco . . . no sé siquiera cómo se llama . . .
ROSINA
(Interrumpiéndole muy de prisa.) Carlos . . . Carlos Latorre y Godínez.
ANTONIO
(Sin interrumpirse.) No le he visto en mi vida . . . ¿Quieres que me plante como un carabinero en mitad de la carretera y vaya deteniendo a todo el que pase para preguntarle: ¿Es usted don Carlos Latorre y Godínez?
ROSINA
(Fervorosamente y muy de prisa.) Es alto . . . es rubio . . . es joven, tiene los ojos verdes, el bigote a lo kaiser . . . vendrá en bicicleta . . .
ANTONIO
¡Déjame en paz!
ROSINA
¿No quieres? ¡Qué desgraciada soy!
ANTONIO
(Paseando nervioso.) ¡Pero, hija de mi alma, díselo tú!
ROSINA
(Siguiéndole con las manos juntas y hablando muy de prisa, mientras anda.) ¡Imposible, imposible! ¡Me conozco! Si llega, si entra aquí, si me vuelve a decir lo que me dijo anoche, que soy preciosa, que soy encantadora, que soy adorable, que le tengo hechizado, que se muere por mí, que si no correspondo a su pasión se pega un tiro, ¿cómo quieres que le diga que no, después de haberle dicho que sí? ¡Se desesperará, se arrojará a mis pies, me besará las manos! Y yo, pobre de mí, ¿qué voy a hacer? ¡Sucumbir, como dice mi padre! . . . Sucumbiré . . . él seguirá creyéndose el más feliz de los mortales, me pedirá, nos casaremos, ¡y seré desgraciada para toda la vida! (Cogiéndole por detrás de la americana.) ¡Tío, tío, tío!
ANTONIO
(Deteniéndose y obligándola a que le suelte la americana.) Pero, ¿no comprendes que me mandará a paseo, y con muchísima razón? ¿Qué derecho tengo yo a intervenir en vuestros amores?
ROSINA
(Escandalizada.) ¡Qué derecho! ¿No eres mi tío? ¿No eres primo y ahijado de mi madre? ¿No me llevas once años? ¿No me has visto nacer? ¿No eres un sabio? ¿No dices que me quieres tanto y cuanto?
ANTONIO
¿Yo? ¿Cuándo he dicho semejante cosa?
ROSINA
¡Ah! ¿No me quieres? Entonces está bien, está bien . . . no me quieres . . . (Se sienta.) no me quieres . . . (Se levanta rápidamente.) ¡Pues aunque no me quieras . . . ! No me quieres, no soy tu sobrina, no me has visto nacer, no me conoces; pero soy una mujer, ¿lo oyes?, una mujer que acude a un caballero en un grave apuro. ¿Y ahora? ¿Me dirías que no si no me conocieras? ¿Te negarías a prestarme amparo si no me hubieras visto en tu vida? ¿Irías o no irías por generosidad, por caballerosidad, por galantería?
ANTONIO
¡Por no oírte!1
ROSINA
(En éxtasis.) ¿Vas? ¿Vas? ¿Vas?
ANTONIO
(Desesperado.) Sí . . . voy . . . es decir, pensaré . . .
ROSINA
No hay tiempo de pensarlo . . . Van a dar las once . . . Ahora mismo. (Suplicante.) Tío de mi alma . . . es decir, caballero, noble desconocido . . . (Él coge el sombrero.) ¿Vas? ¿Vas? ¿Vas? . . . ¡Dios te lo pague! (Le abraza.)
ANTONIO
¡No me abraces!
ROSINA
¡Es verdad! ¡Perdona! ¡No me acordaba de que no te conozco!
ANTONIO
(Ya en la puerta.) ¡Eres inaguantable!
ROSINA
Ya lo sé; pero vete . . . (Empujándole.) Carlos . . . Carlos Latorre . . . alto, rubio . . . y Godínez . . . bigotes a lo kaiser . . .
ANTONIO
(Escapando.) ¡Sí, sí, sí!
ROSINA
(Con acento trágico.) ¡En bicicleta! (ANTONIO desaparece.) ¡Ay, qué peso se me quita de encima! (Se sientaen la mecedora y se da aire con la carta que recoge del suelo.) ¡Pobre chico! ¡Qué disgusto tan grande se va a llevar!1
DOÑA MARTA
(Desde una ventana.) Rosina, ¿subes o no subes?
ROSINA
¡Aun no hemos terminado! (Se levanta y se pone a toda prisa a revolver papeles en la mesa.)
DOÑA MARTA
¿Cómo que no? ¿Pues no se acaba de marchar tu tío?
ROSINA
No, mamá . . . es decir, se ha marchado . . . pero vuelve en seguida. Ha ido a certificar una carta urgente. (DOÑA MARTA se retira de la ventana.) ¡Ay, quién fuera hombre!2 Ellos se declaran a las que quieren y no se declaran a las que no quieren . . . así es que no tienen que pasar el tormento de decir que no . . . Verdad es que tienen que aguantar el que a ellos se lo digan3 . . . ¡pero eso es muy fácil! (Suena en la carretera la bocina de una bicicleta.) ¡Ay! (Dando un respingo de susto.) La bicicleta . . . (Vuelve a sonar la bocina, como llamando.) ¡Ya está ahí! ¿Pero cómo es posible? ¿Será4 que mi tío no le ha encontrado? ¿Será que, como es tan distraído, le ha dicho que sí en lugar de decirle que no? ¿Será que le ha dicho que no, y él no se conforma y viene a vengarse? (Con terror.) Será . . .
ENRIQUE
(Apareciendo por la izquierda. Viene en traje de ciclista; es joven y simpático.) ¿Se puede?
ROSINA
(Sorprendida al oír la voz, se vuelve y pasa del terror a la alegría con tumultuoso desconcierto.) ¡Ah! ¿Es usted? ¡¡Enrique!!
ENRIQUE
(Un poco sorprendido.) Sí, señora . . . Enrique Cabanillas, para servir a usted.
ROSINA
(Solícita y alterada por la alegría.) Pase usted . . . ¿cómo está usted? ¡Siéntese usted!
ENRIQUE
¡Qué emoción tan extraña la de esta chica al verme! ¡Si fuera uno fatuo!1 (Ella le vuelve a indicar, con el gesto, una silla.) No, gracias: me he permitido entrar para pedir a ustedes un favor; pero si molesto . . .
ROSINA
(Efusivamente.) Al contrario.
ENRIQUE
(Retorciéndose el bigote.) ¡Digo!
ROSINA
Usted dirá.2
ENRIQUE
Nada; que ahí a la vuelta se me ha roto el neumático de la bicicleta, y como voy al pueblo, y ahora estará la plaza llena de gente, no me gusta ir haciendo3 el ridículo, y, si ustedes no tienen inconveniente, desearía dejar aquí la máquina. Luego volveré a recogerla.
ROSINA
Con muchísimo gusto.
ENRIQUE
Vaya, pues tantas gracias. (Se dispone a salir.)
ROSINA
(Coqueta sin poderlo remediar.) Lleva usted mucha prisa. ¿Va usted al pueblo?
ENRIQUE
Sí. ¿Quiere usted algo?
ROSINA
No. Memorias a Teresita.
ENRIQUE
Se le darán.
ROSINA
Bien entusiasmados estaban ustedes anoche.
ENRIQUE
Pues no, que ustedes . . .1
ROSINA
¿Nosotros? ¿Quiénes?
ENRIQUE
Usted y el forastero . . . Carlitos.
ROSINA
(Ofendida.) ¡Ay, se equivoca usted!
ENRIQUE
Pues me pareció oír un «¡Vida mía!» que no dejaba lugar a dudas.
ROSINA
¿Un «¡Vida mía!»? Ni por asomo . . . Estábamos hablando . . . del tiempo . . . ¿No lo cree usted? . . . A él no se le ocurrió decirme nada; pero aunque se le hubiese ocurrido . . . ¡no es mi ideal!
ENRIQUE
¡Ah, vamos! ¿Tiene usted un ideal?
ROSINA
(Muy orgullosa.) ¡Naturalmente!
ENRIQUE
¿Y puede saberse cuál es?1
ROSINA
(Coqueta.) ¿A usted qué le importa, si ya ha encontrado usted el suyo?
ENRIQUE
(Fatuo.) ¿Usted qué sabe?2
ROSINA
(Maliciosa.) Se lo preguntaremos a Teresita.
ENRIQUE
Menos lo sabe ella.
ROSINA
Me hace gracia. ¿No son ustedes novios?
ENRIQUE
(Desde muy alto.) ¡Cosas de pueblo!
ROSINA
(Que no entiende.) ¿Cómo?
ENRIQUE
Ustedes los que no vienen aquí más que a veranear, no saben lo que es esto en invierno. Hay que recurrir a lo primero que se presenta para no morirse de aburrimiento.
ROSINA
¡Ay, no diga usted!1 Teresita es muy mona.
ENRIQUE
¡Monísima! Pero no es mi ideal.
ROSINA
¿También usted tiene un ideal?
ENRIQUE
¡Idealísimo!
ROSINA
¡¡Ah!!
ENRIQUE
Y que se parece como una gota de agua a otra.2
ROSINA
(Bruscamente.) ¿A quién?
ENRIQUE
Salga usted esta noche a la reja, y se lo diré a usted al oído.
ROSINA
¡A la reja! Pero, ¿usted sabe lo que pide?1
ENRIQUE
Sí, señora. ¡Que me haga usted feliz!
ROSINA
¡Ay! Pero eso sería una traición . . .
ENRIQUE
¡Horrenda!
ROSINA
¡Teresita es mi amiga!
ENRIQUE
¡Y mi novia!
ROSINA
¡Ya ve usted!
ENRIQUE
¿Qué importan amistades, qué importan lealtades, qué importan deberes cuando la pasión habla? ¡Rosina, en el amor todo es fatalidad!
ROSINA
(Muy ilusionada.) ¿Usted cree?
ENRIQUE
Acuérdese usted de Paolo y Francesca,2 acuérdese usted de Romeo y Julieta,3 acuérdese usted de Hero y Leandro4 . . . El mar bravío, la fe jurada, la enemistad sañuda de dos familias separan a los enamorados; pero el fuego de la pasión les une en la muerte final . . . Así nosotros . . . aunque al parecer separados por la existencia previa de un noviazgo fatal, venceremos toda oposición y acabaremos por unirnos . . .
ROSINA
(Con un poco de susto.) ¿En la muerte?
ENRIQUE
Un poco antes: ¡en el matrimonio!
ROSINA
¡¡Ay!!
ENRIQUE
¡No diga usted que no! ¡No tiene usted derecho a decirme que no! . . . El dedo del destino nos empuja. ¿Por qué, si no, ha estallado el neumático de mi bicicleta precisamente al pasar por su puerta de usted?
ROSINA
¡Es verdad!
ENRIQUE
¿Por qué se ha emocionado usted al entrar yo? ¡No se avergüence usted! Porque su corazón le ha dicho a usted al verme: ¡Aquí está tu destino! ¡Fatalidad! ¡No somos responsables, Rosina! ¡Hemos nacido el uno para el otro!
ROSINA
¡El uno para el otro!
ENRIQUE
¡No cabe duda! Además a esta hora, en este sitio, todo habla de amor . . . (Empieza a sonar el acordeón de SERAFINITO, que toca el vals bien conocido «Quand l’amour meurt.»1) El sol que brilla, las frondas que murmuran, los pájaros que pían en las ramas . . . esa dulce música . . .
ROSINA
(Lánguida y emocionada.) ¡Ay! ¡Es un vals precioso!
ENRIQUE
¡Ideal!
ROSINA
¡Cuando el amor se muere!
ENRIQUE
(Cogiéndole la mano.) ¡Cuando el nuestro nace!
ROSINA
¡Ay!
ENRIQUE
¡No luche usted contra lo inevitable! ¡Dígame usted que sí!
ROSINA
(Vencida y romántica.) ¡Bueno! Como usted quiera. (ENRIQUE le besa la mano. Se oye la voz de DOÑA MARTA, que sin asomarse grita desde dentro.)
DOÑA MARTA
(Dentro.) ¡Rosina!
ROSINA
(Soltando la mano de ENRIQUE.) ¡Mamá!
DOÑA MARTA
¿Quién está ahí?
ROSINA
¡Nadie!
DOÑA MARTA
¿Pues con quién hablas?
ROSINA
¡Con Serafinito! (A ENRIQUE.) Váyase usted, váyase usted . . .
ENRIQUE
(Recogiendo apresuradamente el sombrero.) Sí, sí, pero esta noche . . . ¿en la reja . . . a las nueve? . . .
ROSINA
Sí, sí . . . váyase usted . . . en la reja . . . a las nueve . . .
ENRIQUE
Gracias, gracias . . . (Sale.)
ROSINA
(Todavía ilusionada durante un momento, pasea, babla consigo misma y tararea a compás de la música.) ¡Romeo y Julieta! . . . ¡Tra-ra-ra-ra-ra-rá! . . . ¡El amor . . . la pasión! . . . ¡Tra-ra-ra-ra-ra-rá! . . . ¡Sí! ¡Los que se quieren con pasión deben saltar por todo! ¡Tra-ra-ra-ra-ra-rá! (Con duda súbita.) Pero . . . el caso es que . . . yo . . . a este hombre1 . . . ¿Le quiero con pasión? (Pasea perpleja.) ¿Le quiero sin pasión? (Vuelve a pasear.) ¿Le quiero con pasión o sin pasión? (Furiosa contra el acordeón.) ¡Ay, con esta música no se puede entender una a sí misma! (Dirigiéndose al otro jardín.) ¡Serafinito, Serafinito, haga usted el favor de callar! (El acordeón se calla de repente.) ¿Le quiero? . . . ¿No le quiero? (Con arranque súbito.) ¡¡No le quiero!! (Muy enfadada.) ¡Claro que no le quiero! . . . ¿Cómo voy a quererle con pasión ni sin ella, si es la primera vez que hablo con él? (Aterrada.) Pero entonces . . . Rosina, ¿qué has hecho? (Se deja caer en una silla junto a la mesa.)
LA VOZ DE SERAFINITO
(En el otro jardín.) ¡Rosina! ¡Rosina!
ROSINA
(Apretándose la frente con las manos.) ¿En qué laberinto te has metido?
LA VOZ DE SERAFINITO
¡Rosina! ¡Rosina!
ROSINA
(Tirándose del pelo.) ¿Y cómo sales de él?
LA VOZ DE SERAFINITO
¡Rosina! ¡Rosina!
ROSINA
(Furiosa.) ¡Déjeme usted en paz! (Se levanta y pasea, entrando y saliendo bajo los árboles de la derecha.)
LA VOZ DE SERAFINITO
(Desolada.) ¡¡Ay!! (Entra DON LUIS con aire abatidísimo, y sin reparar en ROSINA, se deja caer en un sillón.)
DON LUIS
(Con profundo desaliento.) ¡Ay!
ROSINA
(Paseando y sin reparar en su padre.) ¡Ay!
DON LUIS
(Hablando consigo mismo.) ¿Cómo te atreves, miserable, a volver a tu casa (Saca la cartera y la vuelve para convencerse de que no hay nada en ella.) en este estado?
Scene from Rosina es Frágil presented by the students of Spanish of Saint Mary-of-the-Woods College, Indiana
ROSINA
(Paseando cada vez más preocupada.) ¡Esto es horrendo!
DON LUIS
(Mirando su cartera.) ¡Horrendo . . . espantoso vacío! (Con meditación pesimista.) ¡Cuatrocientas pesetas desvanecidas . . . más otras cuatrocientas . . . es decir, menos otras cuatrocientas . . . ochocientas . . . porque cuatrocientas menos cuatrocientas . . .!
ROSINA
(Paseando cada vez más frenéticamente.) ¡Incomprensible!
DON LUIS
(Desesperado.) ¡Incomprensible! . . . Porque cuatrocientas menos cuatrocientas, igual cero . . . y sin embargo, cuatrocientas que debía tener y que he perdido, menos cuatrocientas que he seguido perdiendo y que debo, son ochocientas que me faltan . . . A ver, a ver . . . contemos. (Contando por los dedos.) Cuatrocientas menos cuatrocientas, cero. Y sin embargo: más cuatrocientas, menos cuatrocientas, igual cuatrocientas que tengo que pagar antes de veinticuatro horas. ¡La aritmética de la fatalidad!
ROSINA
(Vertiginosamente.) ¿Y cómo le digo1 yo a mi tío que mientras él estaba diciendo que no, yo estaba diciendo otra vez que sí?
DON LUIS
¿Y cómo le pido yo a mi mujer cuatrocientas, en vez de darle cuatrocientas?
ROSINA
Me mata . . . ¡y con razón!
DON LUIS
Me araña . . . ¡y con justicia!
ROSINA
(Dejándose caer en una silla y mesándose los cabellos.) ¡Ay!
DON LUIS
(Reparando en ROSINA bruscamente.) ¡Niña! ¿Qué haces?
ROSINA
(Trágica.) ¡Estoy meditando en las fatalidades de la vida!
DON LUIS
(Muy convencido.) ¡Tremendas, hija mía, tremendas!
ROSINA
¡Ay, padre! ¡Qué felices son los hombres!
DON LUIS
¿Por qué, hija de mi alma?
ROSINA
¡Ay! ¡Porque no tienen que decir que no!
DON LUIS
¿Decir que no a qué?
ROSINA
A . . . a . . . a las tentaciones, a las seducciones . . . a las peticiones . . .
DON LUIS
Sí, tienen,1 hija mía, sí, tienen y deben decirlo, ya lo creo que deben; pero lo malo es que la mayor parte de las veces ¡no lo dicen!
ROSINA
¡Es que es muy difícil!
DON LUIS
¡Ay! ¡Dificilísimo!
ROSINA
¡Casi imposible!
DON LUIS
¡Imposibilísimo! ¡No lo sabes tú bien!2 ¡¡¡Ay!!! (Quedan un instante los dos profundamente pensativos y perdidos en sus meditaciones.)
DON LUIS
(Con voz convaleciente, como si saliese de una grave enfermedad.) ¿Quién era ese joven que salía de aquí cuando yo entraba?
ROSINA
(También con voz lánguida.) ¿Un joven? No recuerdo . . . ¡Ah, sí! Uno que venía a hablar con el tío . . . de trabajos científicos . . .
DON LUIS
¿Con tu tío? ¿Sabes dónde está ahora?
ROSINA
¿Yo? No. ¿Dónde?
DON LUIS
En la carretera, paseando como un león en jaula, y esperando no sé qué ni a quién . . . A mí me ha detenido, se me ha quedado mirando, como si no me conociera, y luego me ha dicho . . . «Pasa, hijo, y dispensa . . . Creí que eras la torre.»
ROSINA
Manías que le dan . . .
DON LUIS
¡Sí, al infeliz le están volviendo tonto los dichosos trabajos científicos!
DOÑA MARTA
(Desde la ventana.) ¡Rosina!
ROSINA
¡Mamá! (A su padre.) Mi madre me llama.
DON LUIS
Anda, hija mía, anda. Deja a tu pobre padre meditar a solas sobre lo absurdo del azar.
ROSINA
(Entrando en la casa.) ¡Ay, me parece que también papá ha sucumbido! Se lo diré a mamá con precauciones.
DON LUIS
(Meditando profundamente.) ¡Cuatrocientas menos cuatrocientas!
LA VOZ DE SERAFINITO
¿Está usted ahí?
DON LUIS
Si yo hubiera tenido otras cuatrocientas . . . recobro1 lo perdido y algo más.
LA VOZ DE SERAFINITO
¿Por qué me ha mandado usted callar tan bruscamente?
DON LUIS
Porque en aquel preciso instante iba a cambiar la suerte, de seguro . . .
LA VOZ DE SERAFINITO
¿Acaso se ha enojado usted conmigo?
DON LUIS
¡Qué triunfo hubiese sido entrar en esta casa . . . pongamos con dos mil!1 . . .
LA VOZ DE SERAFINITO
¡No es posible!
DON LUIS
¡Qué recibimiento el de mi dulce esposa!
LA VOZ DE SERAFINITO
¿Verdad que no es posible?
DON LUIS
Porque a mí no hay quien me quite de la cabeza (Le da en la cabeza una rosa que tira SERAFINITO desde el otro jardín; él se la sacude distraídamente y sigue hablando.) que lo que a las mujeres les molesta en el hecho de que uno juegue,2 no es la inmoralidad, sino la pérdida. ¡Lo que es si uno ganara!3 . . .
LA VOZ DE SERAFINITO
¡No es posible!
DON LUIS
(Dándose vaga cuenta de que SERAFINITO habla.) ¿Cómo que no es posible? ¿Usted qué sabe?1
LA VOZ DE SERAFINITO
¿No quiere usted oírme? Está bien: ¡calle mi voz y hable mi alma!2
(Empieza una verdadera lluvia de flores, que habla por el alma de SERAFINITO. Primero un clavel, luego una rosa, luego un puñado de jazmines, etc., etc., cada vez más de prisa y en mayor abundancia.)
DON LUIS
¿Qué veo? ¿Llueven flores sobre mi desdicha? ¡Cielo sarcástico, que no son rosas lo que necesito! (Sigue la florida lluvia, y una fragante rosa va a estrellarse sobre la frente de DOÑA MARTA, que sale de la casa.)
DOÑA MARTA
(Sorprendida, mirando al suelo, cubierto de flores.) ¡Eh! ¿Qué es esto?
DON LUIS
¿Qué ha de ser, mujer afortunada? Que el cielo siembra de flores tu camino.
DOÑA MARTA
¿El cielo? (Señalando al jardín.) ¡Ese idiota! ¡Eh, joven, joven, no se moleste usted, que no está aquí quien usted se figura!
(La lluvia de flores cesa bruscamente, y se oye un hondo suspiro de SERAFINITO.)
LA VOZ DE SERAFINITO
¡¡¡Ay!!!
DOÑA MARTA
(A DON LUIS.) ¿Ya has vuelto?
DON LUIS
(Sonriendo.) Y mucho antes de lo que tú pensabas . . . Hoy no has acertado en nada, hija mía; no me he retrasado para comer, no he perdonado la renta al casero . . .
DOÑA MARTA
¡Y no traes las cuatrocientas pesetas!
DON LUIS
¡Mujer! (Queriendo ganar tiempo para encontrar disculpa.)
DOÑA MARTA
Ya me ha contado tu hija el cuento chino que has tenido a bien inventar . . .
DON LUIS
(Queriendo ganar tiempo.) ¡Tu hija! No sé a qué has de decir «tu hija» con desprecio. ¡Tan tuya es como mía!1
DOÑA MARTA
¡Ay, lo dudo!
DON LUIS
¿Qué dices?
DOÑA MARTA
Nada; que se parece tanto a ti y tan poco a mí, que muchas veces creo . . .
DON LUIS
¿Que la he dado yo a luz?
DOÑA MARTA
¡Que me la cambiaste en la cuna!
DON LUIS
(Melodramático.) ¡No, Marta, es tuya, te juro que es completamente tuya!
DOÑA MARTA
¡En fin . . . paciencia! (Se sienta en un sillón, saca del bolsillo una labor de gancho, y empieza a trabajar con aparente calma.)
DON LUIS
(Hablando consigo mismo.) ¡Vea usted qué suerte tan negra la mía! . . . Hoy lo toma con calma . . . de modo que si me hubiese limitado a venir sin las cuatrocientas, no habría escena . . . pero como tengo que pedirle las otras cuatrocientas . . . ¡Ejem! . . . ¡Ejem! . . . (Tose para llamar la atención de su mujer; pero ella, al parecer absorta en su labor, no le atiende.) Y dices que Rosina . . . te ha dicho . . .
DOÑA MARTA
(Mirándole.) Sí; que te has encontrado al secretario de la comisión para el socorro de las víctimas de la última galerna, y que, llevado de tu corazón generoso, le has entregado todo el dinero que llevabas encima.1
DON LUIS
(Aparte.) ¡Pues no está mal pensado!2 (A su mujer.) ¿Y tú . . .? (Con un poco de vacilación.)
DOÑA MARTA
(Con sorna.) Me lo he creído a pies juntillas, como te puedes figurar. ¡Es tan verosímil!
DON LUIS
Tienes razón; es inverosímil. ¿De dónde ha sacado Rosina . . .? ¡Qué imaginación la de esa criatura!
DOÑA MARTA
(Mirándole muy fijo.) ¡Ah! ¿De modo que tú no le has contado . . .?
DON LUIS
(Solemne.) ¡Mujer! ¡Qué iba a contarle semejante absurdo!1
DOÑA MARTA
(Mirándole cada vez con más fijeza.) ¡Ah! ¿De modo que traes . . .?
DON LUIS
(Interrumpiéndola.) ¡No, no las traigo . . . es decir, sí las traigo, pero es lo mismo que si no las trajera, porque las traigo comprometidas!
DOÑA MARTA
(Interrumpiéndole.) ¿Comprometidas nada más?
DON LUIS
(Levantándose con aire indiferente.) En un negocio . . . ¡Estupendo! (Acercándose a su mujer y haciéndole una caricia.) ¡Alégrate, mujer, que sacarás tu siete por ciento saneado! Por cierto (Cada vez con mayor indiferencia.) que para esta misma tarde, necesito otras cuatrocientas (Ella le mira.) es decir . . . no . . . quinientas cincuenta, (Muy de prisa y sin mirarla.) de modo que si las tienes ahí, haz el favor de dármelas, y si no, saca el talonario para que firme un cheque . . .
DOÑA MARTA
(Muy seria.) ¿De qué es el negocio?
DON LUIS
(Turbándose un poco.) Ejem . . . de minas.
DOÑA MARTA
(Con sorna.) ¿Minas de oro?
DON LUIS
(Otra vez sereno.) No . . . de cobre.
DOÑA MARTA
(Muy seria.) Ah, ¿de cobre? Lo siento (Él la mira con ansiedad.) porque no siendo de oro,1 no arriesgamos un céntimo en negocios de minas.
DON LUIS
¡Ah! ¿Y por qué?
DOÑA MARTA
(Levantándose y recogiendo la labor.) Porque no . . . Es un capricho. (Se dirige hacia la casa.)
DON LUIS
¡Vea usted qué fatalidad! ¡Con el poco trabajo que me hubiese costado hacerlas de oro!2 (Siguiéndola.) ¡Marta!
DOÑA MARTA
¡Es inútil! ¡No estoy dispuesta a consentir que arruines a mi hija!
DON LUIS
¿Ahora la llamas tuya? ¡Marta, mira que he dado mi palabra!
DOÑA MARTA
¡Recógela! (Da un paso.)
DON LUIS
(Siguiéndola.) ¡Mi firma!
DOÑA MARTA
¡Bórrala! (Ya en la puerta.)
DON LUIS
(Desesperado y digno.) ¿Tú crees que un hombre de honor puede renegar de su firma tan fácilmente?
DOÑA MARTA
(Volviéndose a mirarle.) ¿Tú crees que una mujer . . . de sentido común, puede tragarse una mentira tan tranquilamente?
(Se entra en la casa.)
DON LUIS
¡Marta! ¡Marta! ¡Martita! ¡Nada, no hay más remedio que decir la verdad! ¡Marta, que es una deuda de honor! ¡Haz de mí lo que quieras, condéname a trabajos forzados dentro del hogar, déjame sin tabaco un trimestre, pero dame siquiera cuatrocientas cincuenta! ¡He sucumbido, Marta, he sucumbido!
(Entra en la casa gritando las últimas palabras. La escena queda un momento sola. Se oye después una voz de mujer, que viniendo del lado de la carretera, grita con alterado acento: «¿Se puede?» Nadie contesta, puesto que no hay nadie en el jardín. La voz repite, con mayor alteración: «¿Se puede?» Naturalmente, nadie responde. La voz, ya con furia, pregunta: «¿Se puede?» por tercera vez,y entra en el jardín, tan alterada como su voz, TERESITA, señorita de pueblo muy linda y un poquitín cursi, de unos diez y nueve años. Viene bien vestida, sin nada a la cabeza, y con sombrilla. Está enfadadísima y mira en derredor, como buscando a quién sacar los ojos.)
TERESITA
(Alteradísima.) ¿No estás?1 ¿No estás? ¡Paciencia! ¡Yo te encontraré, aunque te escondas en el mismo infierno!
ROSINA
(Aparece en la puerta y mira con precaución.) ¿Estará2 ya de vuelta? ¿Qué habrá pasado? ¡Ay, cómo me late el corazón! (Da un paso, y viendo de pronto a TERESITA, da un grito que quiere ahogar tapándose la boca, pero ya es tarde, porque TERESITA la ha visto y la ha oído.) ¡Teresita!
TERESITA
¡Sí . . . Teresita! No te asustes, preciosa. (Con sorna.)
ROSINA
(Queriendo aparentar serenidad.) ¿Tú por aquí a estas horas?
TERESITA
(Sin poder contenerse.) ¡Todas son buenas para arrancarte el moño!
ROSINA
(Fingiendo asombro.) ¿A mí?
TERESITA
¡A ti!
ROSINA
(Ya tarasca.) ¿Y puede saberse por qué?
TERESITA
¡Pregúntaselo a Enrique!
ROSINA
(Como muy sorprendida.) ¿A qué Enrique?1
TERESITA
(Sarcástica.) ¿A qué Enrique? A mi novio . . . es decir, al tuyo, por lo visto.
ROSINA
¿Enrique mi novio? ¿Quién lo ha dicho?
TERESITA
¡Él, hija mía, él mismo . . . hace cinco minutos, en el estanco, a todo el que lo ha querido oír! ¡Y todavía lo debe estar diciendo! Figúrate . . . ¡poco tono se da!2 La señorita de Madrid, más lista, más elegante, con mucho más dinero, (Recalcando.) sobre todo con mucho más dinero que todas las del pueblo, enamorarse de él, de golpe y porrazo, y decirle que sí, antes que él se lo haya acabado de preguntar3 . . . ¡menudo triunfo!
ROSINA
(Ofendida.) ¿Que yo le he dicho . . . ?4
TERESITA
(Muy digna.) ¡Y has hecho muy bien, si tanto te gustaba!
ROSINA
¿Que a mí me gusta?1
TERESITA
¡Ah! ¿No te gusta? ¡Pues sí que es raro, porque habéis nacido el uno para el otro!
ROSINA
Pues no me gusta, ¡ea!
TERESITA
(Ofendida.) ¡Pues no sé por qué no te va a gustar!
ROSINA
En primer lugar, porque es muy feo.
TERESITA
(Muy alterada.) ¿Enrique es feo?
ROSINA
¡Es feo!
TERESITA
¡Es guapo!
ROSINA
¡Es feísimo!
TERESITA
¡Es guapísimo!
ROSINA
¿Me lo querrás decir a mí,2 que le he estado viendo hace un cuarto de hora?
TERESITA
¡Me lo querrás decir tú a mí, que le he estado viendo desde que nací!
ROSINA
¡Pues si no has visto otra cosa en tu vida, di que te has divertido!1
TERESITA
¡Más que tú, que para buscar diversión has tenido que venir a quitármele! (Echándose a llorar desconsolada.) ¡Tantísimo como me quería!
ROSINA
No te querría2 tanto, cuando a la primera ocasión . . .
TERESITA
(Entre lágrimas.) ¿Qué va a hacer un hombre cuando una coqueta le tira de la lengua?3
ROSINA
(Ofendida.) ¡Ay, hija, no ha hecho falta tirarle, que la tiene, a Dios gracias, bien expedita!4 (Dándose tono.) ¡Si le hubieras oído!
TERESITA
(Sarcástica.) ¿Te habrá dicho que le has vuelto loco, verdad? ¿Y tú te lo has creído sin más ni más? ¡Como que no vives más que para enloquecer a los hombres! ¿Y te parecerá eso muy bonito, no?
ROSINA
Cuando una tiene ángel, ¿qué le va una a hacer?
TERESITA
¡Está bien, está bien . . . sois tal para cual! Tú coqueta, él pérfido; tú amiga desleal, él amante infiel; tú tienes ángel, él tiene tupé . . . ¡pareja ideal! ¡Que seáis muy felices!1 (Da un paso bacia la calle.) ¡No os envidio! (Da otro paso.) Ni siquiera lo siento . . . (Da otro paso.) Bien servida vas y bien servido va. (Da otro paso.) ¡Que sea enhorabuena! Pero tened cuidado. (Trágica.) ¡Del amor al odio no hay más que un paso! . . . ¡He sabido amar, sabré aborrecer! ¡Afortunadamente, mi papá es farmacéutico, y sé dónde está el frasco del vitriolo!
(Sale precipitadamente. ROSINA queda anonadada.)
TERESITA
(Dentro.) ¡El vitriolo!
ANTONIO
(Dentro.) Pero, ¿dónde va usted, criatura?
TERESITA
(Con la voz que corresponde al que da un empujón para que le dejen pasar.) ¡Déjeme usted, que estoy fuera de mí! ¡El vitriolo!
(Entra ANTONIO. Viene sofocado, con la ropa un poco descompuesta, el pelo en desorden, en una mano el sombrero abollado, y en otra los lentes rotos.)
ANTONIO
¿Dónde va esa chiquilla tan desesperada? . . . Me parece que la conozco. ¿Será Rosina? No, Rosina está ahí. (Viendo a ROSINA, que se ha sentado en el sillón y esconde la cara entre las manos.) Eh, niña, ¿qué te pasa? (ROSINA no responde.) ¿Qué hora será? (Se hace un lío, queriendo sacar el reloj, con las dos manos ocupadas por los lentes y el sombrero; por fin, después de varios errores de dirección,coge el sombrero con los dientes, porque no se le ocurre la luminosa idea de dejarle encima de la mesa o de una silla; saca el reloj y mira la hora.) ¡Las doce menos cuarto! (Quiere volver a guardar el reloj, pero distraído de nuevo, vuelve a hacerse un lío, mete los lentes en el bolsillo, el reloj en el sombrero, etc., etc.) ¡Nada! La mañana perdida, la paciencia agotada, el sombrero inservible . . . (Le mira con lástima.) los lentes . . . (Al nombrarlos los echa de menos, los busca desconcertado, tropieza con el reloj, etc., etc., hasta que los encuentra por fin, pero entonces se le olvida dónde está el bolsillo y no sabe qué hacer con el reloj.) los lentes destruídos . . . (Desesperado con las tres cosas en la mano, acaba por tirarlas al suelo.) La cabeza . . . (Se toca la cabeza con aprensión.) No, fractura no tengo . . . me parece . . . ni contusión . . . tampoco . . . y, sin embargo . . . ¡qué animal tan agresivo es el hombre! (Suspira y se sienta meditando.) Verdad es que hay situaciones que al más pacifista le hacen irresponsable. ¡Te perdono, Latorre! (A ROSINA, que sigue sumida en honda postración.) ¡Eh, niña, alégrate, que ya se arregló todo!
ROSINA
(Dolorosamente.) ¡Ay, tío!
ANTONIO
Unos cuantos trastazos me ha . . . es decir, le ha . . . es decir, nos ha costado mutuamente la negociación; el pobre muchacho no quería dejarse convencer por las buenas . . .
ROSINA
¿Ha dicho algo de mí?
ANTONIO
Sí, bastante; pero más vale que no lo hayas oído.
ROSINA
¡Ay, tío!
ANTONIO
Ya estás libre del compromiso . . .
ROSINA
¡Ay, tío!
ANTONIO
Ahora, que te aproveche la lección1 para no volverte a comprometer a la ligera. Estos trances, Rosina, son más serios de lo que parece . . . En fin, ya pasó todo; regocíjate.
ROSINA
¡Ay, tío! . . . No me puedo regocijar, porque . . .
ANTONIO
(Alarmado.) ¿Por qué?
ROSINA
¡Porque tienes que volver otra vez!
ANTONIO
¿¿Eh??
ROSINA
¡Sí, tío de mi alma! ¿No te has encontrado, al entrar, con Teresita, que salía desesperada?
ANTONIO
¡Ah! ¿Era Teresita?
ROSINA
La misma. ¿No la has oído hablar de vitriolo?
ANTONIO
En efecto . . . Creo recordar . . . pero . . .
ROSINA
(Trágica.) ¡Pues ese vitriolo es para mí!
ANTONIO
¿¿Eh??
ROSINA
Sí; ¡me le quiere echar a la cara,1 porque dice que le he quitado el novio!
ANTONIO
Dice . . . dice . . . Mientras no haga más que decir . . .
ROSINA
(Melodramática.) ¡Es que es verdad!2
ANTONIO
¡¡Tú!!
ROSINA
¡Yo! ¡Pobre de mí!
ANTONIO
Pero, ¿cuándo?
ROSINA
Ahora mismo . . . Es decir, hace una media hora, mientras tú estabas . . .
ANTONIO
(Anonadado.) ¿Mientras yo estaba . . .?
ROSINA
¡Sí! Pasaba por la carretera, se le rompió el neumático, entró, me dijo que en el amor todo es fatalidad, me citó el caso de Romeo y Julieta, me pidió que le hiciese feliz, y yo . . . ¡figúrate!
ANTONIO
¡Rosina, eres un monstruo de fragilidad!
ROSINA
Y ahora va a volver, a buscar el neumático . . . digo, la bicicleta . . . Haz el favor de salir al camino . . .
ANTONIO
¡¡Jamás!!
ROSINA
¡De decirle que no,1 que me he equivocado!
ANTONIO
Etcétera, etcétera . . . ¡No te hagas ilusiones, hija mía! ¡Una y no más!2
ROSINA
¡Piensa en Teresita, piensa en el vitriolo! . . .
ANTONIO
¡He dicho que no!
ROSINA
Por esta vez, sólo por esta vez. (Haciendo cruces.) ¡Te juro que es la última! (Se arrodilla delante de él.)
ANTONIO
¡No hagas ridiculeces! ¡Levanta!
(Suena la bocina de la bicicleta.)3
ROSINA
(Levantándose de un salto.) ¡Ya está ahí! ¡La bocina! ¡Díselo, díselo, díselo!1
(Echa a correr y se esconde entre los árboles de la derecha.)
ANTONIO
¡Esto es intolerable! (Vuelve a sonar la bocina.) ¡No se lo digo, no se lo digo, y no se lo digo!
(Dicho esto con gran energía, para convencerse a sí mismo, se deja caer en el sillón, que estará2de espaldas a la entrada, y se hunde en él, de modo que ENRIQUE, al entrar, no le vea.)
ENRIQUE
(Entrando.) ¿Se puede? . . . No hay nadie . . . (Muy satisfecho.) ¡Qué muchacha tan . . . tan espontánea! (Se atusa el bigote con fatuidad.) Me han dicho en el estanco que su madre tiene una barbaridad de miles de duros . . . ¡Pobre Teresita! . . . El caso es que me gusta casi más que la otra . . . Pero el caso es que me muero por la locomoción automóvil, y con ésta . . . es decir, con aquélla, nunca podré pasar de la modesta bicicleta, mientras que con la otra, es decir, con ésta, podré indudablemente permitirme el 60 H. P.3
ANTONIO
(Que ha estado haciendo gestos como si se pronunciase a sí mismo un discurso para convencerse de que no debe hablar, se pone en pie, indignado al oír esto, y grita:) ¡No, señor!
ENRIQUE
(Sorprendido.) ¿Dice usted4 . . .?
ANTONIO
¡Que no, señor!1 ¡Que puede usted dejar de hacerse ilusiones, porque con los miles de duros de la otra, es decir, de ésta, es decir, de Rosina, no se comprará usted automóvil ninguno!2
ENRIQUE
(Quemado.) ¡Señor mío! ¡Con el dinero de mi mujer haré lo que mejor me parezca!
ANTONIO
(Muy excitado.) ¡Es que no será nunca su mujer de usted!
ENRIQUE
¿Usted qué sabe?
ANTONIO
¡Porque lo sé lo afirmo!3
ENRIQUE
(Con sorna.) ¿Quién se lo ha dicho a usted?
ANTONIO
¡Ella misma!
ENRIQUE
¿Ella misma? ¿Y por qué no me lo dice a mí?
ANTONIO
(Con calma.) Eso mismo me estoy yo preguntando . . . Caprichos de mujer.
ENRIQUE
¿Caprichos? ¡Caballero, no estoy dispuesto a tolerar que nadie se burle de mí! En primer lugar, ¿con qué derecho interviene usted en este asunto? ¿Qué lazos le unen a usted con Rosina?
ANTONIO
¡Soy su tío!
ENRIQUE
(Con sorna.) ¡Ah, su tío! ¿Ese joven miope y chiflado que se pasa la vida estudiando para encontrar el modo de teñirles las canas a los osos blancos?
ANTONIO
(Dolido en su vanidad de sabio.) ¡Caballero, respete usted la ciencia!
ENRIQUE
¡No tengo nada que respetar!
ANTONIO
(Agresivo.) ¡Es usted un grosero!
ENRIQUE
(Más agresivo.) ¡Y usted un mamarracho, que se mete en lo que no le importa!
ANTONIO
(Con ira.) ¡Repita usted eso de mamarracho!1
ENRIQUE
¡Sí, señor; lo repito y lo confirmo!
ANTONIO
Pues entonces, ¡en guardia!
ENRIQUE
¡En guardia usted! (Se arrojan el uno sobre el otro.)
ROSINA
(Saliendo bruscamente de su escondite e interponiéndose, en actitud dramática.) ¡No, no, no! ¡Sangre, no! . . . ¡Sepárense ustedes!
ENRIQUE Y ANTONIO
(A un tiempo, separándose.) ¡Rosina!
ENRIQUE
(Severamente.) ¿Es verdad lo que dice este caballero?
ROSINA
(Haciendo un gran esfuerzo de voluntad.) ¡Sí, sí . . . es verdad!
ENRIQUE
¡Que usted no será nunca mi esposa,1 que usted . . .!
ROSINA
¡Sí, sí . . . es decir, no, no! Me equivoqué . . . entendí mal lo que usted me decía . . .
ENRIQUE
(Ofendido.) ¿Es posible, Rosina? Pero entonces . . .
ROSINA
(Segura de que sucumbirá, si le oye, se tapa los oídos con las manos.) ¡No oigo, no quiero oír!
ENRIQUE
(Siguiéndola y accionando, enojadísimo.) ¡Entonces es usted una pérfida, una coqueta, una mujer sin corazón . . .!
ROSINA
(Huyendo y apretando las manos contra los oídos.) ¡No, no! ¡No intente usted volver a seducirme con palabras de amor!
ENRIQUE
(Continuando.) ¡Sin alma . . . fríamente perversa . . .!
ROSINA
¡Imposible, imposible! ¡No insista usted! ¡No oigo!
ENRIQUE
(Siguiéndola.) ¡Aborrecible, odiosa!
ROSINA
¡Es inútil, inútil!
ANTONIO
(Cogiendo a ENRIQUE de un brazo.) ¡Basta, caballero! ¡No puedo consentir que, en mi presencia, siga usted insultando a una mujer! ¡Salga usted de aquí inmediatamente! (Le da un empujón.)
ENRIQUE
(Furioso.) ¡Salgo, sí, señor, salgo . . . pero me vengaré! ¿Cree usted que es lícito jugar de este modo con el sentimiento de un hombre?
ANTONIO
¡Caballero!
ENRIQUE
¡Se han reunido ustedes, el tío y la sobrina, para hacerme una burla indecorosa! ¡Lo han conseguido ustedes . . .! ¡Que sea enhorabuena! Pero tiemblen ustedes. ¡Me vengaré!
(Sale rápidamente.)
ROSINA
(Quitándose las manos de los oídos y desplomándose en una silla.) ¡Ay! ¡Qué trabajo cuesta cerrar el corazón y los oídos a las dulces palabras de un hombre enamorado! ¡Pobre chico! ¿Qué decía al marcharse?
ANTONIO
(Sombrío.) ¡Que se vengará!
ROSINA
¿De mí?
ANTONIO
De ti y de mí.
ROSINA
(Apuradísima.) ¡Ay, Dios mío! ¡Le pedirá el vitriolo a Teresita! ¿Qué hacemos? ¿Qué hacemos?
ANTONIO
(Con calma.) Yo, hija de mi alma, la maleta ahora mismo.
ROSINA
(Con asombro.) ¿Te quieres marchar?
ANTONIO
(Con entusiasmo.) ¡En el primer tren!
ROSINA
(Con asombro creciente.) ¡¡Y dejarme!!
ANTONIO
(Con explosión de entusiasmo.) ¡¡Con mil amores!!1
ROSINA
(Ingénuamente desconcertada.) Pero . . . ¿por qué?
ANTONIO
(Exaltándose.) Porque esto es inaguantable. Yo, hijita, he aceptado la hospitalidad veraniega que tan amablemente me ofrecen tus padres, esperando encontrar en la quietud del campo solaz propicio para mis estudios . . . ¡y ya ves!
ROSINA
(Dolida.) ¡Ya veo! Te importan mucho más los logaritmos que la felicidad de tu sobrina . . . ¿Qué va a ser de mí, si te marchas? ¿Quién me va a sacar de estos compromisos?
ANTONIO
Como tendrás que resolverlos sola, te mirarás un poco antes de contraerlos.
ROSINA
(Con energía de convencimiento.) ¡Ay, no, no! ¡Me conozco! . . . Y ahora, precisamente, que van a ser las fiestas del pueblo . . . ¡vendrán forasteros, vendrán estudiantes, vendrán militares! . . . (Suplicante.) ¡Quédate, quédate, quédate!
ANTONIO
(Con terror.) ¿Con ese programita? ¡Imposible! (Se acerca a la mesa, y recoge los papeles.)
ROSINA
(Fervorosamente.) ¡No me desampares! Si te quedas, te prometo que sabré hacerme fuerte. ¿No me crees? ¡No iré a la feria, (Muy de prisa.) no iré a los toros, no iré a los fuegos artificiales, no iré al cotillón . . . no iré al cine! Ponme a prueba y verás . . . Enciérrame en un cuarto . . .
ANTONIO
¡Imposible!
ROSINA
¡Mándame que me ponga a estudiar Álgebra!
ANTONIO
¡Imposible!
ROSINA
¡Átame a la pata de la mesa!
ANTONIO
¡Imposible!
ROSINA
¿Por qué?
ANTONIO
Porque no quiero . . . (Ante un gesto ofendido de ella.) y porque, aunque quisiera, no tengo derecho: no soy tu padre, no soy tu madre, no soy tu marido . . .
ROSINA
(Interrumpiéndole.) ¡Mi marido! ¿Qué has dicho?
ANTONIO
(Con terror.) ¡Nada! . . . ¡No he dicho nada . . . nada absolutamente!
ROSINA
(Soñadora.) ¡Mi marido!
ANTONIO
¡No, no!
ROSINA
(Insinuante.) Es que ésa . . . puede que fuera la mejor solución . . . porque entonces . . . sí que tendrías . . . todos los derechos. (Él no contesta, muy malhumorado.) ¿No quieres?
ANTONIO
(Con mal humor.) ¿Qué he de querer?1 ¡De ninguna manera!
ROSINA
(Muy dolida.) ¿Por qué no? . . . ¿Me desprecias? . . . ¿Me aborreces? (Con un poco de indignación y un mucho de alarma.) ¿Soy fea? (Con terror.) ¿Soy fea?
ANTONIO
¡No, no! . . . Eres más bien . . . agradable . . .
ROSINA
(Alteradísima.) ¿Soy tonta?
ANTONIO
No has inventado la pólvora precisamente,2 pero en fin . . .
ROSINA
¿Entonces?
ANTONIO
¡Hija, en el matrimonio, no bastan el talento y la cara bonita! Hace falta, además, por lo menos, un poco de cariño.
ROSINA
(Vacilante.) ¡Es que yo . . . me parece . . . que te quiero!
ANTONIO
(Espantado.) ¡¡Tú!!
ROSINA
(Con rubor y casi con el gesto.) Sí.
ANTONIO
(Con burla.) ¿En qué lo has conocido?
ROSINA
(Animándose y alegrándose a medida que babla, como quien hace un gran descubrimiento.) ¡En todo! . . . ¡Fíjate bien . . . en todo! . . . Es que no había reparado, pero ahora que reparo ¡si está clarísimo!1 ¿Por qué, en cuanto le digo a otro que sí, me arrepiento? ¿Por qué no puedo querer a nadie? ¿Por qué te encargo a ti . . . precisamente a ti, que vayas a decirles que no?
ANTONIO
(A quien las razones no parecen muy convincentes.) ¡Hum!
ROSINA
(Bajando los ojos.) ¡Y tú también me quieres a mí!
ANTONIO
¿Yo?
ROSINA
(Muy convencida, y mirándole frente a frente.) Si no me quisieras, no me aguantarías. Me quieres, fíjate bien, me quieres.
ANTONIO
(Atrincherándose en una resolución que empieza a flaquear.) ¡Es que, cuanto más te quisiera, menos debería casarme contigo!1
ROSINA
(Muy asombrada.) ¿Por qué?
ANTONIO
Porque vendrían forasteros, vendrían estudiantes, vendrían militares . . .
ROSINA
(Ofendidísima.) ¡Ah! ¿Tú te figuras que después de casada . . .?
ANTONIO
(Trágico.) ¡Rosina, tu nombre es fragilidad!2
ROSINA
(Muy digna.) Ahora sí . . . porque como todavía estoy soltera, pues de todo el que pasa pienso: ¿será éste?3 Pero luego, ¿a qué? Nadie corre detrás del tranvía después de haber subido.
ANTONIO
¿De dónde has sacado ese pensamiento tan . . . tan filosófico?
ROSINA
(Llorando.) ¡Lo he leído en la hoja del calendario . . . pero es verdad!
ANTONIO
(De mal humor contra sí mismo.) ¡Ea, basta!
(Se sienta en el sillón.)
ROSINA
(Desde lejos.) Bueno . . . si no quieres . . . ¿qué se le va a hacer? (Acercándose un poco.) Pero no te enfades . . . (Acercándose más.) ¿De veras, de veras, te hace mucha más gracia el Álgebra que yo?1 (Sentándose en el brazo del sillón.) ¿De veras, de veras? . . . (Él hace un gesto para rechazarla, pero con poca energía.) ¿De veras, de veras no te importará que le diga que sí al primer mamarracho que se presente? (Él hace un leve gesto de protesta, que reprime inmediatamente.) ¿Y que luego sea con él muy desgraciada . . . mientras que tú . . . (Acercándose más a él.) te pasarás la vida solo como un hongo . . . en lugar de tener siempre al lado . . . una mujercita . . . frágil . . . pero, en fin . . . pero . . . (Empieza a sonar suavemente el acordeón de Serafinito.) que te querrá muchísimo . . . que te cuidará . . . que te respetará las manías . . . (Tirándole suavemente del pelo.) que te mimará . . . ¡Responde con la mano sobre el corazón! . . . ¡Responde, responde! . . .
(El acordeón toca su vals más románticamente que nunca.)
ANTONIO
(Casi vencido.) ¡Ay!
ROSINA
(Entre emocionada y enfadada, pasándole un brazo por el cuello.) ¡Responde . . . estúpido! . . .
ANTONIO
¡Ay! (Mirándola de reojo.) En estas . . . circunstancias y con . . . esta música . . . es verdaderamente muy difícil responder que no.
(Ella le abraza brusca y graciosamente,1cogiéndole la cabeza con las dos manos, como si quisiera arrancancársela.2El acordeón desborda de lirismo mientras cae el telón rapidísimamente.)
FIN
* By special permission of G. Martínez Sierra