El Joven Médico Infortunado
EN UN ACTO
PERSONAJES
Doctor CANTANTE
Un CABALLERO
Una SEÑORA
ESCENA PRIMERA
(La escena pasa en el despacho del médico.)
DOCTOR.—¡Cáspita! ¿Por qué no vendrán enfermos?
Ya hace dos semanas que tengo abierto mi despacho
y ni (paseándose) quien se asome. (El caballero
llama a la puerta.) ¡Calle! ¡Alguien por fin! (Se
dirige a la puerta y hace entrar al1 cliente.)
CABALL.—¿Se puede ver al médico?
DOCTOR.—Doctor Cantante, a sus órdenes. ¿Qué desea
V., señor?
CABALL.—Estoy enfermo. Quisiera consultarle tocante
a mi salud.
DOCTOR.—Muy bien, señor, a sus órdenes. Siéntese V.
(Se sientan.) ¿Qué síntomas tiene?
CABALL.—Me pongo2 más y más delgado todos los días.
DOCTOR.—Ya es algo grave. ¿Tiene V. apetito?
CABALL.—No, doctor. No puedo comer más de dos
huevos para el almuerzo, ni la mitad de lo acostumbrado.
Y me duele la cabeza continuamente. ¡Ay!
DOCTOR.—A ver la lengua. (Examina su lengua.)
CABALL.—No puedo abrir más la boca.
DOCTOR.—No es necesario. No quiero que me trague,3
señor. ¡Ja, ja!
CABALL.—¿Qué es eso? Todos mis amigos creen que
dentro de poco me voy a morir. ¿Qué tengo?
DOCTOR.—¡Quiá! Tiene V. la lengua cargada, pero puede
mejorarse. Comprendo su caso exactamente.
CABALL.—Ah, V. me anima. Ya me voy sintiendo mejor.
DOCTOR.—Lo que V. necesita es ejercicio.
CABALL.—Pero, doctor, si yo . . .
DOCTOR.—Ya estoy. Bien. Sé lo que V. quiere decir,
que no tiene tiempo, que está demasiado ocupado y
todo lo demás. Pero la salud es lo principal.4 Si V.
obedece mis instrucciones, tendrá que pasearse al
aire libre dos horas diarias.
CABALL.—Yo digo, doctor, que . . .
DOCTOR.—No hay para qué entrar en argumentos. El
ejercicio es lo único que puede salvarle. Yo soy
doctor y sé lo que me digo.5 Y ahora, vengan6 las
cuatro pesetas por la consulta y . . .
CABALL.—¡Qué hombre! ¡Usted se cree médico y me
dice todas estas tonterías! ¡Que ande! Pues, si7 el
día entero me lo paso andando. ¡Si yo soy el cartero
que le trae el correo! ¡Cuatro pesetas por decirme a
mí que debo andar a pie! ¡Nunca! ¡A cobrárselas8
al diablo! Me voy . . . (Vase con furia.)
DOCTOR.—¡Ay, qué mala suerte con mi primer cliente!
¿Cómo iba yo a saber que él era cartero? ¡Pues
señor! Pero no hay que perder las esperanzas. Sin
duda, puedo entenderme mejor con las señoras. ¡Es
muy difícil satisfacer a los hombres!
(Vuelven a9 llamar a la puerta. El doctor salta precipitadamente
hacia la puerta para abrirla. Entra la
señora.)
ESCENA SEGUNDA
DOCTOR.—Pase V., señora, y tenga la bondad de sentarse.
(La señora entra, y se sienta muy pálida y casi desmayándose:
se abanica. El doctor coge el abanico para
abanicarla.)
SEÑORA.—¡Ay! Doctor, ¡V. no sabe cuánto sufro! V.
debe curarme.
DOCTOR.—Si usted quisiera explicarme las circunstancias,
sin duda lograré curarla.
SEÑORA.—¡Ay! ¡Cómo me agobia la melancolía! Estoy
disgustada del mundo.
DOCTOR.—Permítame tomarle el pulso. (Saca su reloj, le
toma el pulso, contando.) ¡E-hem! Muy despacio.
SEÑORA.—Sí, voy de mal en peor.
DOCTOR.—¿Desde cuándo está10 usted enferma?
SEÑORA.—No puedo recordar exactamente. No me sonrío
hace dos años.11 No puedo descansar bien durante
la noche. No me gusta mi alimento. No tengo interés
en nada.
DOCTOR.—V. no tiene fiebre. Es joven. Los nervios,
nada más que los nervios.
SEÑORA.—Tal vez. Pero ¿cómo puede V. curarme?
DOCTOR.—Será muy sencillo. Puedo curarla sin recurrir
a drogas. Espero que V. me pueda revelar la causa
de su melancolía.
SEÑORA.—Pero no la hay.12
DOCTOR.—¿No hay amores desgraciados?
SEÑORA.—¡Mil veces no! Tengo el novio más fiel del
mundo. Él me da regalos magníficos; tengo todas
las comodidades que una mujer puede desear y sin
embargo me lo paso llorando.
DOCTOR.—Le aconsejo a usted que se pasee en el parque.
SEÑORA.—Lo hago, doctor; cada día me paseo.
DOCTOR.—Diviértase Vd. con todos sus amigos.
SEÑORA.—Eso también lo hago. Pero no hay quien me
saque una sonrisa. Nada me puede hacer reír.
DOCTOR.—Ah, pero lo mejor que V. puede hacer es divertirse.
Esto la curará sin duda. Aprovéchese V. de
todas las ocasiones de ir al teatro, para ver a la be??la
actriz Margarita Dunque, la bella comediante. Es el
último recurso que nos queda.
SEÑORA.—¿Margarita Dunque, la comediante? (Tristemente.)
Ah, doctor, ése es mi nombre. Esa persona
soy yo.
DOCTOR.—¡Demonio! Entonces ¿para qué viene V. aquí,
señora? Su caso no tiene remedio. Adiós. (Le
abre la puerta.)
FIN