EUGENIO FOURRIER
Un Corto De Vista
Eran las doce del día y el lujoso restaurante a donde fuí a almorzar estaba lleno de gente.
Me costó mucho trabajo encontrar una mesa libre y lograr después que me sirvieran.
Cuando empezaba a almorzar, se sentó ante mí un seÑor anciano que ostentaba unas gafas montadas en oro.
— TrÁigame usted unos cangrejos — dijo mi vecino al camarero que le servía.
El anciano buscó con las manos su plato y su cubierto, demostrando con su actitud que no veía casi nada.
En atención a su desgracia, acudí en su ayuda y le dije:
— ¿Desea usted algo, caballero?
— La lista de los platos — me contestó. — Tengo la vista muy débil.
— Ahí la tiene usted. ¿Quiere usted que se la lea?
— Muchas gracias; podré leerla de cerca con ayuda de mis gafas.
Volvió el camarero, y el corto de vista, que ya había comido los cangrejos, pidió una langosta a la mayonesa, una perdiz trufada, un pastel de «foie gras,» una botella de Burdeos, queso, dulce y frutas.
Comprendí que aquel hombre, a falta de buena vista, tenía un excelente estómago y que no disfrutaba de mÁs placer que el de la mesa.
— ¿Ha almorzado usted bien? — le pregunté.
— ¡Como de costumbre! — me contestó. — ¡Como tan poco que cualquier cosa me basta!
Indudablemente, aquel hombre era un glotón de primera clase.
A los pocos momentos el desconocido pidió la cuenta y pasó a pagarla al mostrador.
Pero después de haberse registrado los bolsillos del chaleco, del pantalón y de la levita, se puso pÁlido y dijo a la cajera:
— ¡Qué desgracia, seÑorita! ¡Me he dejado en casa el portamonedas! ¡Creí que lo llevaba encima!
— ¡Pero es preciso pagar! — exclamó la cajera.
— No perderÁ usted nada, seÑorita. Ahora mismo voy a casa y le traeré a usted el importe de la cuenta. Sin embargo, como usted no me conoce, le dejaré en garantía mis gafas, que son de oro y valen mucho mÁs del costo del almuerzo. Pero sin ellas no podré llegar a mi domicilio.
La cajera llamó al dueÑo del establecimiento y le puso al corriente de la situación.
— EstÁ bien — dijo el amo — ¡no tiene necesidad de dejar aquí sus gafas! ¡Vaya usted con Dios!
— Muchas gracias, caballero; pagaré mi deuda esta misma tarde.
— ¡AllÁ veremos! — murmuró el dueÑo con aire de incredulidad.
El anciano se retiró pausadamente, afectando no dar importancia alguna a lo que acababa de ocurrir.
Me había olvidado ya de aquel incidente, cuando al cabo de dos meses, un día de aÑo nuevo por mÁs seÑas fuí a comer a otro restaurante y a los pocos momentos de haberme sentado a una mesa ví entrar al anciano de las gafas de oro.
El corto de vista se colocó en un sitio cercano de espaldas al puesto que yo ocupaba.
Recordé inmediatamente su aventura y me puse a observarle con atención.
El desconocido se hizo servir una comida abundantísima, con lo cual demostró que no había perdido el apetito.
Cuando hubo acabado de comer, pasó a la caja y se registró los bolsillos con ansiedad.
¡CuÁl sería mi sorpresa al notar que también había olvidado su portamonedas!
El anciano acabó por confesar que por un descuido no llevaba dinero encima, asegurando que lo traería al día siguiente.
La cajera llamó al dueÑo del restaurante el cual no aceptó las proposiciones del viejo.
Pues bien, caballero — dijo este último: — ya que no da usted crédito a la palabra de un hombre honrado, quédese usted con las gafas de oro en garantía. Ahí las tiene usted.
Acto continuo se las quitó y las colocó sobre el mostrador.
— Como no le conozco a usted — exclamó el dueÑo, — no ha de sorprenderle que acepte la prenda que me ofrece.
— ¡Basta, caballero! Me iré sin gafas, aunque me rompa el alma en el camino.
Y, en efecto, al retirarse tropezó el infeliz con las mesas, con los parroquianos y con las sillas.
— Dispensen ustedes, seÑores — decía el anciano. — He olvidado mi portamonedas y el dueÑo se ha quedado con mis gafas. Así, a tientas, temo no poder llegar a mi casa.
De todos los ámbitos de la sala partió un grito de indignación.
— ¡Es una infamia — exclamó una seÑora — el privar de sus gafas a ese pobre anciano por el importe de una miserable comida!
— Si sale a la calle — dijo otro parroquiano — va a aplastarle un carruaje.
Uno de los presentes se ofreció a pagar la cuenta y en seguida imitaron su conducta mÁs de veinte personas.
Todo el mundo estaba contra el dueÑo del restaurante el cual corrió tras del anciano a devolverle las gafas.
— No, seÑor, no las quiero — le dijo el desconocido — porque ha sospechado usted mi honradez. A cualquiera se le puede olvidar el portamonedas, sobre todo a mi edad, en que se pierde la memoria.
— Le pido a usted mil perdones — repuso el dueÑo; — hÁgame el favor de coger sus gafas. Ya me pagarÁ usted cuando quiera.
— Las cojo — contestó el anciano — porque sin ellas no podría ir a mi casa, pero, lo repito, me ha ofendido usted de un modo cruel.
— Dispénseme usted, caballero. ¡Como hay tanto pillo en este mundo! . . .
— Pues hay que saber distinguir — repuso el desconocido, dirigiéndose hacia la puerta del restaurante.
Salí yo al mismo tiempo que él y le seguí.
Al verle andar con un paso ligero por la calle, comprendí que aquel hombre veía mucho mejor que yo.
Acto continuo, le detuve y le dije:
— Amigo mío, me parece que esta vez le ha salido a usted a la perfección la farsa de las gafas.
El anciano me miró de pies a cabeza.
— No le conozco a usted, caballero — me contestó. — Tenga usted la bondad de dejarme en paz.
Y, echando a correr precipitadamente, se alejó de mi vista a los pocos segundos.
(From Almanaque Hispano-Americano, 1917.)
QUESTIONS
1. ¿Para qué fué al restaurante el que relata este incidente? 2. ¿Quién se sentó ante él? 3. ¿Qué quería el anciano? 4. ¿Por qué no podía ver bien? 5. Diga usted lo que pidió el corto de vista. 6. ¿Qué hizo el corto de vista cuando no halló su portamonedas? 7. ¿A quién llamó la cajera? 8. ¿De qué se había olvidado nuestro informante? 9. ¿Qué hizo al cabo de dos meses? 10. ¿A quién vió entrar en el restaurante? 11. ¿Qué hizo después de haber comido? 12. ¿Qué dejó en garantía? 13. Relate usted lo que pasó en el restaurante. 14. ¿Quién salió del restaurante al mismo tiempo que el corto de vista? 15. ¿Qué hizo el anciano?
EXERCISE
Pedir (gerund, pidiendo;ind. pido;pret. él pidió;subj. pida), to ask for, beg, order, request.
Preguntar (reg.), to ask, inquire (after), question. request.
Decir (pp. dicho;gerund, diciendo;ind. digo;pret. dije;fut. diré;subj. diga), to say.
1 Words in parentheses ( ) are to be used in the translation; and words in brackets [ ] are to be omitted.